Hace algunos días, me olvidé mi smartphone en casa. Cuando me di cuenta, me entró el pánico. ¿Cómo iba a sobrevivir un día entero sin mi teléfono? ¿Cómo iba a entrar en Facebook o en Twitter o a jugar al Candy Crush? ¿Qué pasaría si recibiera la llamada más importante de mi vida y no pudiera contestarla? ¿Qué pasaría si me llamara mi madre y pensara que me había pasado algo malo porque no le cogía el teléfono? ¿Qué pasaría si a todos mis contactos les diera por mandarme mensajes a través de WhatsApp? Al principio estaba continuamente mirando al lugar de mi escritorio donde habitualmente dejo el móvil, pero, según iba pasando el día, me fui olvidando completamente de él y pude pasar el día sin él.
Esta situación me hizo reflexionar acerca de cómo las personas nos hemos vuelto totalmente dependientes de los teléfonos móviles en particular y de la tecnología en general. Es cierto que la tecnología hace más fáciles nuestras vidas, pero también es cierto que nos ha aislado del resto de la gente. ¿Por qué vamos a salir con nuestros amigos si podemos hablar con ellos a través de una aplicación? ¿Por qué vamos a ir a una tienda a comprar ropa si podemos hacerlo en una tienda online que nos envía los artículos a nuestra casa? ¿Por qué vamos a ir al cine si podemos ver películas en plataformas de Internet?
Y la lista es mucho más larga. Estoy segura de que todos vosotros habréis visto muchísima gente delante de un precioso paisaje haciendo millones de fotos en vez de simplemente disfrutar de las vistas. O padres grabando vídeos de sus hijos haciendo algo por primera vez en lugar de contemplar ese estupendo momento. O grupos de amigos cenando alrededor de una mesa más pendientes del móvil que hablando entre ellos. O gente andando por la calle tecleando en su smartphone como si su vida dependiera de ello, sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor (con el riesgo que eso conlleva).
Pero todo lo mencionado anteriormente no es lo más alarmante. Lo que más me preocupa es cómo este abuso de la tecnología va a afectar a nuestros hijos. No es poco habitual ver a niños muy pequeños jugando o viendo vídeos en los teléfonos o tabletas de sus padres, usándolos casi mejor que un adulto. Tampoco sorprende mucho ver a chavales que tienen que preparar un trabajo para el instituto, acudiendo a Wikipedia, copiando y pegando los que encuentran allí, sin ni siquiera haber leído lo que dice. O, lo que es peor, adolescentes que prestan más atención a las redes sociales que a la gente real y que publican toda su vida en ellas, poniéndola a disposición de cualquiera.
Con todo esto, no quiero decir que la tecnología sea algo malo (mi trabajo depende de ella J). Lo que intento transmitir es que algunas veces olvidamos que la tecnología es algo que debe ayudarnos y no algo de lo que dependamos o a lo que seamos adictos. Esto es lo que debemos recordar y lo que tenemos que enseñar a nuestros hijos.
Por ello, ahora os reto a que penséis hasta qué punto dependéis de la tecnología y que paséis algo de tiempo sin usar vuestro teléfono, vuestra tableta o vuestro ordenador, simplemente disfrutando de una conversación real, leyendo un libro o dando un paseo. Sé que es difícil, pero os garantizo que merece la pena.
Este artículo fue previamente publicado en SogetiLab
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