Ahora que tan de moda están los programas de cocina y que están apareciendo muchos cocineros aficionados, aprovecho para hablar de los principales problemas que solemos encontrar durante la implantación de una metodología de pruebas, dando algunas recomendaciones para que nuestra receta no produzca ardor de estómago o termine en la basura.
Casi todos buscamos las recetas de los grandes Chefs que utilizan nombres rimbombantes, multitud de ingredientes y artilugios que casi ninguno tenemos en nuestras cocinas. Pues en el tema de la metodología es exactamente igual, buscamos la metodología que más nos gusta, la más completa o la que tiene el nombre más llamativo y muchas veces nos olvidamos de que en la cocina de nuestros clientes no hay todos esos elementos y es muy difícil convencerles de que los compren y aprendan a usarlos, cuando ellos están acostumbrados a utilizar elementos más tradicionales.
Una vez que hemos seleccionado la metodología que mejor se adapta a nuestro cliente, es momento de ajustar tanto como sea necesario reaprovechando la mayor cantidad de cosas que ya existen en su entorno de trabajo. El objetivo es que el cliente note el menor impacto inicial posible con el fin de no provocar rechazo. Que no le obliguemos a comprar una Thermomix si de momento puede arreglarse con una batidora y una olla exprés.
Desarrollando un buen trabajo será el propio cliente el que se dé cuenta de la necesidad y utilidad de renovar los utensilios.
Ahora que ya hemos puesto orden en la cocina de nuestro cliente, comencemos a cocinar junto a él. Siempre es más fácil aprender a cocinar en vivo o siguiendo un videotutorial, que solo con leer la receta y tener que imaginar los pasos.
Debemos de acompañarles en todo momento, que nos vean como alguien que viene a ayudar a que las cosas se hagan mejor y no, como suele ser habitual, como aquel que viene a decir que todo está mal hecho, que nada sirve y que hay que hacerlas como nosotros digamos, de manera dictatorial.
Si hemos seguido estos pasos, estoy seguro de que conseguiremos sacar adelante grandes platos aunque no estemos en la cocina de un restaurante de cinco tenedores. Hay que tener en cuenta que no siempre es necesario elaborar una “deconstrucción de tortilla de patata al aroma de mar con crujiente de nitrógeno”, y que a veces el pasar de hamburguesas a la plancha a un guiso de carne con tomate es un gran paso para nuestros clientes.
Si el cliente se da cuenta de que ha cocinado un rico plato será él mismo el que querrá ir progresando en su cocina y tratando de realizar platos más sofisticados.
Si no somos capaces de que nuestro cliente consiga tener éxito en las etapas iniciales y saboree las bondades de la cocina sana y algo elaborada, es más que probable que termine abandonando nuestro particular curso de cocina y volviendo al mundo de la comida rápida, aunque no sea nada sana, le provoque colesterol y a la larga le pueda acabar dando algún susto relacionado con su salud.
Ahora, unos trucos, basados en experiencias anteriores, para intentar que todo lo contado hasta ahora tenga éxito:
– Siempre es más fácil cocinar para una o dos personas que para todos los vecinos de nuestro pueblo, así que primero definamos un ámbito controlado de aplicación de nuestra metodología de pruebas y, poco a poco, nos permitirá abarcar de forma fiable a todas las áreas de la compañía implicadas con el objetivo de la calidad.
– Si echamos toda la sal de golpe, y nos pasamos, tendrá difícil arreglo y al final el comensal lo notará. Siempre es mejor echar la sal poco a poco, probando nuestra elaboración tantas veces como sea necesario, por tanto, vayamos aplicando las medidas progresivamente y tracemos un plan de mejora continua que nos permita valorar lo antes posible si estas están funcionando como teníamos previsto y si creemos que darán los resultados que esperábamos. Si no lo hacemos así, al final, el cliente se dará cuenta de nuestro error y será reticente a las soluciones que le ofrezcamos para solucionarlo.
– Tratemos de que las raciones tengan el tamaño adecuado para nuestro comensal, lo justo para que no se nos empache y que siga teniendo apetito de nuestra comida. Si planteamos tareas a nuestro cliente que lleguen a agobiarle será muy difícil que nos acepte nuevas actividades porque le estaremos agotando y nuestros objetivos de calidad cada vez estarán más lejos en el horizonte.
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